Los PDET en la construcción del futuro de Colombia

Por: Ernesto Borda | Director ejecutivo de Trust


Colombia es un país en transición, inmerso en un mundo en transformación. La crispación y la pugnacidad política y social que producen las hipérboles y las posverdades impiden la reflexión serena y el diálogo constructivo en torno a los desafíos de esa realidad cambiante. Como un reflector, el COVID 19 contrae aún más las pupilas y hace perder de vista el trasfondo, donde están los temas apremiantes que deberían priorizarse en la agenda nacional.  Ese enfoque corto y estrecho tampoco permite dimensionar, en su extensión, profundidad y velocidad, el progreso del país en diversas materias, ni las rutas que deben recorrerse para consolidarlo.

Desde la encrucijada y entre la espesa niebla de este 2020, invitamos a un grupo de más de cien colombianos de múltiples puntos de vista a observar el horizonte más lejano y panorámico, con el objetivo de indagar sobre los futuros posibles del país y ofrecer pistas que ayuden a comprender los caminos que se deben recorrer y también aquellos que se deben evitar. 

Los hallazgos de este ejercicio “Cuando Levante la Niebla”, en su primera fase, son contundentes en establecer que no es probable ni deseable que el país siga transitando sobre los rieles por los que lo hacía.  Vendrán cambios y serán fuertes.  El asunto crítico no es entonces el regreso al pasado.  Lo es el sentido de los cambios y sus desenlaces. En la mayoría de los asuntos analizados hay un consenso de los expertos en torno a que, si bien los escenarios más probables para el 2040 son también los más temidos, no serían tan lejanas las posibilidades de materializar un escenario positivo.  

Tanto a nivel político, como económico, social, cultural y ambiental, el aspecto que tiene mayor incidencia sobre el futuro nacional, para bien o para mal, es el desarrollo rural.  El ejercicio efectivo de la soberanía sobre el territorio, la construcción de una economía diversificada, globalmente competitiva y ambientalmente sostenible pasan definitivamente por la ruralidad. En el mismo sentido, la superación de la desigualdad, la contención de las economías ilegales, y el destierro de la violencia, como amenazas que aún asechan en nuestro horizonte, exigen una decisión y acción concertada de las instituciones, la sociedad civil y el sector empresarial que no existe y es urgente construir.

La narrativa sobre el mejor de los escenarios para el país en el 2040 establece que “Colombia supo construir un aparato económico soportado en sus recursos ambientales y de biodiversidad. Pese a que la escasa infraestructura, la baja prioridad política, la propia estructura institucional y la supervivencia de las economías ilegales -con la violencia que las acompaña- imponían graves restricciones, el debate nacional condujo a sólidos acuerdos y a decisiones de amplio respaldo en torno a la conquista de las oportunidades del mundo rural como base de la economía nacional.

Las antiguas “periferias” se convirtieron en verdaderos “epicentros” del desarrollo sostenible y competitividad del país ante el mundo. Ahora Colombia tiene importantes polos de desarrollo regional en la Orinoquía, la Amazonía, y el Caribe, y al dejar de mirar solo hacia adentro, hacia la Capital, desarrolló sus vías fluviales y aprovechó su naturaleza casi que insular para mirar hacia afuera.

Los secretos del éxito fueron la educación, la ciencia y la tecnología. El campo, altamente industrializado y capaz de transformar los insumos en productos de alta demanda y valor, hizo uso del talento de su gente y puso el conocimiento al servicio de la vocación. Esa fuerte inyección de investigación, desarrollo e innovación fortaleció a amplios sectores de la economía y la sociedad urbana y rural, y, además de derivados genéticos y alimentos, convirtió al país en exportador de servicios para los mercados más cercanos, pero también para Asia.

La sostenibilidad es la marca de Colombia. Con esa consigna en mente se tomaron las decisiones que profundizaron la descentralización, aumentaron las capacidades de los entes territoriales para la planeación del desarrollo, aseguraron una mayor transparencia y fiscalización de los recursos públicos y permitieron adoptar decisiones sobre el uso del suelo.”

En su fondo y en su forma, los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) coinciden con esta visión. Su objetivo de lograr la transformación estructural del campo y el ámbito rural y un relacionamiento equitativo entre el campo y la ciudad, así como los pilares sobre los que se ensamblan, son plenamente coherentes con el escenario más retador para el país al 2040. La efectiva acción gubernamental para ponerlos en marcha en sus ciento setenta municipios es en consecuencia un acierto, que expresa además la convergencia de propósitos que aún entre facciones antagónicas se construyeron en el marco del Acuerdo para poner fin al Conflicto Armado suscrito entre el Gobierno y las Farc en el 2016.

Los PDET son una audaz apuesta para alcanzar el esquivo desarrollo de la ruralidad, en especial en las zonas de posconflicto.  Pero enfrenta el serio desafío de no reducirse a ser un programa gubernamental, dependiente de las capacidades de liderazgo de las personas a cargo, o sujeto al vaivén de las alternancias de la política, más aún cuando su foco de atención está en los territorios con riquezas, pero sin votos.  Tiene que trascender, extenderse y profundizarse como una política de Estado, con amplio y decidido respaldo nacional.

Tanto para el escenario “una escalera al cielo”, como para los PDET y los objetivos que los animan, ese es el factor de éxito, o de fracaso. Si el Posconflicto no ha logrado ese consenso, vale la pena intentar que lo logre el Poscovid-19.

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